MI PILOTO AUTOMÁTICO (O LA INTERACCIÓN ENTRE DISCIPLINA Y MOTIVACIÓN)
EL PILOTO AUTOMÁTICO
(O
LA INTERACCIÓN ENTRE MOTIVACIÓN Y DISCIPLINA)
Daniel
Romero Pernalete
Personalmente siempre me ha
funcionado. A mucha gente le habrá pasado igual, pero sólo puedo
hablar por mi experiencia. Cuando la motivación se me escapa,
recurro a la disciplina, que me ayuda a encontrar a la primera.
Muchas veces algún evento laboral o extralaboral evapora la
motivación. Un error en nuestro trabajo, una meta no alcanzada, un
injusto reproche del jefe, un trámite administrativo que nos golpea
o hasta alguna circunstancia familiar que nos trastoca (entre mil
eventos posibles) puede afectarnos de tal manera que no encontramos
la pequeña dosis diaria de motivación que necesitamos para hacer lo
que debemos hacer. Se nos antoja cualquier cosa menos meterle el
pecho al trabajo que tenemos por delante. Cuando eso me ocurre,
apelo a mi piloto automático.
Mi
piloto automático me permite algo así como cortar temporalmente el
deteriorado vínculo entre entusiasmo y obligación (hacer mi trabajo
aunque no esté motivado), mientras restituyo la sanidad de ese
vínculo (hacer mi trabajo impulsado por la motivación). Es como
desconectar un aparato eléctrico para repararlo y una vez reparado
volver a enchufarlo... Empiezo entonces mi labor, con el mismo
cuidado de siempre, al mismo ritmo de siempre, con la misma
responsabilidad de siempre, con la misma dedicación de siempre,
aunque sin el entusiasmo de siempre. Es decir, recurro a la
disciplina, al compromiso de hacer lo que tengo que hacer aunque no
tenga ganas de hacerlo.
No pasa mucho tiempo sin que
ocurra alguno de estos tres fenómenos: 1) Que realizando el trabajo
que inicié por disciplina me descubra haciendo lo que me gusta y sé
hacer (me reencuentro con una cualidad del trabajo que disfruto y me
permite utilizar mis capacidades); 2) Que ese trabajo que estoy
haciendo a fuerza de compromiso me lleve a alcanzar alguna pequeña
meta o me permita avanzar sensiblemente hacia una meta mayor
(entonces me embarga un sentimiento de logro que me devuelve el
entusiasmo); o 3) Que el trabajo disciplinado me atraiga alguna
recompensa inmaterial inmediata y no esperada (algún elogio a mi
trabajo que me brinda inspiración, por ejemplo). Cualquiera de las
tres consecuencias (disfrute del trabajo, sentimiento de logro o
reconocimiento), o una combinación de ellas, me devuelve la
motivación. Sin darme cuenta el “termostato motivacional” ha
apagado mi piloto automático
Voy
a ilustrar lo que planteo con un ejemplo traído del deporte. Se
trata del caso de un amigo a quien le gusta practicar el futbol. Hace
de defensor y algunas veces, me cuenta, asiste sin entusiasmo a un
partido por algún error cometido en la jornada anterior que le ganó
las críticas del entrenador y las burlas de sus compañeros de
equipo. Va sin entusiasmo, me comenta. Solo lo mueve la disciplina y
el compromiso. Pone su piloto automático, es decir... No han pasado
quince minutos cuando el contacto con el balón y el forcejeo con los
jugadores del otro equipo lo hacen sentir haciendo lo que tanto
disfruta. O a veces ocurre que un despeje suyo sirve para conjurar un
avance contrario e iniciar un contraataque de su equipo. El
sentimiento de logro empapa su playera. O, a veces, protagoniza una
atrevida jugada que impide una anotación contraria; y los compañeros
se acercan a felicitarlo; y los fanáticos del equipo baten palmas en
su honor. A medio partido, ya el amigo está impregnado de motivación
y el piloto automático se ha desconectado.
Le
sobra razón a la reconocida atleta brasilera (más conocida, por
supuesto, que mi amigo el futbolista) Fernanda Maciel al afirmar en
una reciente entrevista para una revista deportiva: “Cuando me
falta la motivación, sale la disciplina”