LAS LOCHAS DE CASIMIR
(O
COMO MATAR LA MOTIVACIÓN INTRÍNSECA)
Daniel
Romero Pernalete
Nadie
conocía su nombre, pero todos a sus espaldas lo mentaban “Casimir”
por la tela de la que estaba hecho el raído paltó que desde siempre
usaba. Mi suegro contaba sus anécdotas cada vez que podía. Casimir
era un indigente sin edad ni familia, y parecía que habitaba el
pueblo desde su fundación. Era un tipo pacífico a quien sólo
irritaba que los muchachos del pueblo lo llamaran a gritos por su
mote.
“¡Casimiiiir!”,
gritaban a coro los muchachos. Y Casimir respondía con una lluvia de
piedras que los muchachos hábilmente esquivaban. La escena se
repetía diariamente cuando los chavales regresaban de la escuela y
pasaban por la plaza que era refugio y universo del anciano.
Hasta
que un día Casimir (quien no sabía nada de Comportamiento
Organizacional ni temas conexos) tomó una decisión que alteraría
su rutinaria vida ¡y la de los muchachos! Casimir cambió una moneda
de dos bolívares (“bamba” le decían los viejos de mi pueblo)
por lochas (una moneda de de 12,5 céntimos con la cual para la época
se podía comprar algunas golosinas). La bamba de “Casimir”se
convirtió en 16 flamantes lochas.
Un
lunes, al regreso de clases, los muchachos iniciaron el cotidiano
ritual: “¡Casimiiir!”, gritaron a coro… Pero Casimir no
respondió ese día con piedras. En su lugar. les lanzó una locha.
Los muchachos, asombrados, recogieron la moneda y corrieron a la
bodeguita del pueblo a comprar chucherías que se repartieron entre
ellos en medio de un justificado alborozo.
Le
escena se repitió durante los siguientes quince días hábiles
(siempre hubo una paz tácitamente concertada entre Casimir y los
chavales los fines de semana). ¡Hasta que se acabaron las lochas!…
Tres días pasaron sin que el grito de “¡Casimiiir!” fuera
respondido con lochas (ni con piedras). Hasta que el más atrevido
del grupo encaró al anciano: “¿No hay más lochas? ¡Entonces te
jodiste porque no te vamos a llamar más Casimir!
Y
ese fue el fin de la guerra entre Casimir y el grupito de fastidiosos
escolares.
¿Qué
fue lo que pasó?… Adelanto una hipótesis: durante largo tiempo la
motivación que tuvieron los muchachos para fastidiar a Casimir era
una motivación intrínseca: lo hacían porque disfrutaban el
disgusto del viejo, además de que el ritual les daba ocasión para
demostrar su habilidad para esquivar pedradas. Era una motivación
que venía de adentro… Cuando “Casimir” comenzó a lanzarles
monedas introdujo un elemento nuevo: la recompensa exterior, la que
depende de otro (el “otro” asume el mando). Los muchachos
empezaron a gritar al anciano por la monedas que de éste recibían,
ya no por el placer de irritar al anciano y evadir sus peñonazos. De
modo que la motivación externa (la que depende de una recompensa
exterior) empezó a desalojar a la motivación intrínseca hasta que
terminó por reemplazarla.
Una
vez que se instaló la motivación externa, sólo faltaba que se
suprimiera la recompensa (las lochas) para que la conducta que ella
alimentaba se extinguiera.
Algo
parecido puede ocurrir en el ámbito organizacional cuando
interactúan ambos tipos de motivación.. Y cuando un gerente percibe
que un trabajador está actuando con base en la motivación
intrínseca, debe ser cuidadoso con la introducción de recompensas
que, de no mantenerse a nivel de las expectativas del empleado,
puedan acabar con todo tipo de motivación