EL NEGRITO DEL BATEY
(O EL PODER DE LAS EXPECTATIVAS)
Daniel
Romero Pernalete
En
algún punto de su recién iniciada carrera hizo un trabajo con
desgano o simplemente no lo hizo. Su supervisor inmediato lo catalogó
como flojo y por esa razón pidió
que lo movieran a otra
dependencia. Lo mismo hizo el nuevo supervisor, por el mismo motivo.
Paseó por varias oficinas y a todas ellas llegaba precedido por
su fama de flojo. Como si llevara esa
palabra (“flojo”)
tatuada en la frente. Hasta un mote le ganó su fama: “El Negrito
del Batey”, en alusión al popular
merengue de la Sonora Matancera que
empezaba así: “A
mi me llaman el negrito del batey/ porque el trabajo para mí es un
enemigo/ el trabajar yo se lo dejo todo al buey/porque el trabajo
lo hizo Dios como castigo”…
(Para
quien quiera recordarlo le dejo el enlace
del video oficial:
https://www.youtube.com/watch?v=AZHmbdQD0nE)…
Lo cierto es que nadie
se atrevía
a echarlo para
ahorrarse líos con el sindicato y porque,
además,
el tipo hacía el esfuerzo
mínimo necesario
para conservar su puesto. Ningún
jefe de oficina lo quería. Era
como la falsa moneda de
Juan Mostazo: “que
de mano en mano va y ninguno se la queda”…
Hasta que se interpuso en mi camino.
Corría
el año norrecuerdocual
y ocupaba yo un cargo intermedio en la gerencia universitaria.
Necesitaba
un empleado que echara a andar una oficina de reciente creación. Le
gerencia superior me informó que no había presupuesto para nuevas
contrataciones... pero que me podían mandar a un joven, El
Negrito del Batey, que
seguía calentando una silla en alguna otra oficina. Puesto
a escoger entre él o nada, me quedé con él... En nuestra primera
conversación me causó, debo decirlo, buena
impresión. El muchacho hablaba con fluidez y con un uso correcto del
castellano. Tenía una visión clara de la organización y del país.
Y cuando le hablé del trabajo en la nueva dependencia soltó dos o
tres ideas que me parecieron interesantes. Por un momento pensé que
se habían equivocado y
me habían enviado a
otra persona, pero mi secretaria me ratificó que efectivamente ese
era El
Negrito del Batey.
Sospeché,
entonces,
que la fama de flojo había influido en la percepción y las
expectativas de sus anteriores jefes. Recibían, a
su entender, un
trabajador flojo e irresponsable, a quien no estaban dispuestos a
asignarle tareas importantes, sino tareas sencillas, rutinarias y
aburridas que se adaptaran a su “nivel de flojera”. Aparte de que
había que supervisarlo muy de cerca, incluyendo su hora de entrada y
de salida.
De tal forma que el
joven pasaba ocho horas diarias sentado frente a un escritorio,
haciendo tareas tontas, fastidiado y contando los
minutos que faltaban para la hora de salir
(¡cualquiera lo habría
hecho!). Sus jefes
tenían muy bajas expectativas con él y de él obtenían un bajo
rendimiento. Recordé la teoría
de la profecía autocumplida
que tanto mencionaban
los libros de Comportamiento Organizacional
Me
propuse revertir la situación con
base en
las expectativas favorables que el
joven me había
generado en la
primera conversación…
Dos o tres entrevistas
adicionales ratificaron esa primera impresión. Y tomé el riesgo.
Lo encargué de la
dependencia recién creada. Le dí autonomía de acción, con una
supervisión muy
general y abierta. Le
apoyé en cuanto tenía a mi alcance. Corregí cuando debía corregir
y aplaudí cuando había que aplaudir. Unas cuantas semanas bastaron
para que el empleado demostrara
su valía. La dependencia empezó
a marchar como Dios
manda. El equipo de
ayudantes que se turnaban
para apoyarlo estaba rindiendo disciplinadamente
casi al cien por
ciento. Y los usuarios del servicio manifestaban su satisfacción. El
Negrito del Batey se
fue transformando en un
trabajador serio, comprometido y productivo. Mis altas expectativas
sobre el empleado me llevaron a tratarlo como una persona madura y
responsable. Y su respuesta fue la de un trabajador
responsable y maduro.
La profecía autocumplida reapareció con otro traje.
En
cualquier momento, pero sobre todo en las etapas iniciales de su vida
laboral, los
trabajadores son muy sensibles a las expectativas de su supervisor
inmediato. Expectativas bajas generan acciones gerenciales
empobrecedoras que al final producen una respuesta de bajo
rendimiento. Expectativas altas generan acciones gerenciales
enriquecedoras que terminan produciendo respuestas de alto
rendimiento. Pero, eso sí, las expectativas deben ser reales y
sinceras. Y las
acciones deben incluir el
dotar al trabajador de
todos los elementos materiales e inmateriales necesarios
para realizar
su labor. De lo contrario, el gerente pasa a la triste condición de
payaso manipulador.