SALIR DEL PANTANO

(sin morir en el intento)

 

Por: Soc. Daniel Romero Pernalete (MSc)

 



Lo conocí hace un par de décadas trabajando en el consultorio médico de una pequeña empresa manufacturera. Las condiciones laborales, en mi opinión, no hacian justicia a su formación ni a su empeño. Él, sin embargo, se sentía cómodo trabajando en un estrecho espacio que más bien parecía una celda de castigo, con un sueldo que debía estirar cada fin de mes a fuerza de privaciones, sin posibilidades de una promoción ni de nuevos aprendizajes, con un jefe que sólo lo tomó en cuenta las dos o tres veces que faltó al trabajo.


La rutina le fue desgastando las ganas de avanzar. Hasta que la crisis se llevó la empresa con todo y país. El amigo hizo acopio del poco arrojo y los escasos ahorros que tenía y, por primera vez, cruzó fronteras. El recomienzo fue duro. Se despojó de orgullos y vanidades y empezó por realizar trabajos que no hacía ni en su propia casa. Varias veces tropezó, cayó, se sacudió y siguió. Eso sí, en su tiempo libre buscó la forma de seguir aprendiendo y de ir desbrozando senderos.  


Con el tiempo, algunas de las muchas puertas que había tocado empezaron a abrirse. Revalidó su título y comenzó a trabajar en un centro de salud donde, a punto de dedicación y conocimientos, se fue ganando la gratitud de sus pacientes y el respeto de sus colegas. Por allá se doctoró en una rama que no voy a nombrar y empezó a investigar y a enseñar en un prestigioso instituto de medicina que tampoco mencionaré. Sus crecientes ingresos hasta le permitieron el lujo de tener pareja y descendencia. Poco a poco el horizonte se le fue ensanchando y las nubes se batieron en retirada… Hace unos meses me escribió preguntándome (y preguntándose) qué hubiera sido de él si la crisis no se lo hubiera llevado por delante.


El recuerdo de este amigo vino a mi mente por un relato que otro amigo me hizo llegar recientemente. Era el cuento de un pájaro que se acostumbró a vivir en un pantano, sobre un añoso y podrido árbol, alimentándose de uno que otro gusano que le pasara cerca. Un día, sigue el cuento, una fuerte tormenta alborotó el pantano y derribó el árbol con todo y ave… A nuestro pájaro no le quedó de otra que sacudirse el lodo y ejercer su olvidado derecho al vuelo. Muchos esfuerzos después, emprendió viaje a nuevos escenarios, más frescos, más anchos, más promisorios. Y por allá comenzó una vida, valga la redundancia, más viva.


Muchas, veces (sin necesidad de estar titulados ni de huir de un país) nos quedamos anclados en una zona de amortajado confort, viviendo a ras de tierra. Y nos hace falta la sacudida de una tormenta, sazonada con desgracias que uno debe asumir y oportunidades que uno debe crear… Aunque, a decir verdad, no es necesario esperar tormentas para estirar las alas.


Debo aclarar, sin embargo, que no todos los finales son tan felices como el de mi amigo o el del pájaro. Salir de la zona de confort no es una obligación: es una opción, y como tal conlleva riesgos y nuevos desafíos. Asumirlos requiere esfuerzos, sacrificios, disciplina... La otra alternativa (perfectamente válida también) es seguir viviendo entre los estrechos límites que nos imponen el entorno y nuestros miedos.

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