EL MATADOR CORNEADO
(O
COMO CREAR UN GERENTE MEDIOCRE)
Soc.
Daniel Romero Pernalete, Msc.
Siempre
le gustó destacar en lo que hacía. Así que cuando consiguió un
empleo como ejecutivo de ventas en una
compañía de seguros, se propuso ser el mejor vendedor. Leyó cuanto
libro sobre técnicas de venta pudo conseguir en las librerías
locales. Y devoró cuanto texto digital encontró
sobre el tema en
Internet. A
su formación, agregaba una simpatía natural y una extraordinaria
facilidad de palabra. Se
convirtió en un as de las ventas.
Difícilmente se le escapaba un cliente. Donde ponía el ojo, ponía
una venta. Se ganó entre sus compañeros el apodo de “El Matador”.
Todos en la compañía,
sin excepción, lo admiraban y lo respetaban.
Llevaba
tres años como ejecutivo de ventas cuando el
gerente de la zona, cuyo éxito en buena medida se debía al esfuerzo
de “El Matador”, fue trasladado a otra región para consolidar la
compañía en su nuevo destino. Cuando se buscaba sustituto, todas
las miradas apuntaron en la misma dirección: “El Matador”.
Sucedería lo que parecía lógico: ascendieron
al vendedor estrella a la gerencia de zona.
Todo
el mundo celebró el ascenso... Aunque más
temprano que tarde, “El
Matador” empezó a
sentir un saborcito amargo en su nuevo cargo. Lo
fastidiaban las reuniones de gerentes zonales. Odiaba elaborar los
informes mensuales que debía elevar a la gerencia nacional. No
disfrutaba haciendo seguimiento del mercado y de la competencia. Lo
estresaba eso de
elaborar estrategias de ventas para la zona. Estar encerrado en una
oficina afectaba su estado de ánimo. No encontraba la forma de que
el equipo de ventas se esforzara más por alcanzar las metas
establecidas. Su relación
con sus subordinados empezó
a deteriorarse. Estos
no veían en aquel
gerente hosco y malhumorado al compañero locuaz y accesible de otros
tiempos.
“El
Matador” añoraba la actividad que
antes realizaba con tanto entusiasmo.
Extrañaba la calle y el desafío que representaba conquistar un
nuevo cliente, cerrar una venta o renovar un jugoso contrato. Añoraba
eso de
fijarse
metas cada vez más elevadas y sentir la satisfacción de superarlas
mediante su propio
esfuerzo.
La
imagen de la compañía se deterioró durante
su gestión, las ventas
decayeron, varios empleados
emigraron a otros
destinos, se multiplicaron las quejas de los clientes y muchos de
ellos se cambiaron de compañía… Antes de que lo corrieran, “El
Matador” presentó su renuncia y se marchó como vendedor a una
compañía rival. Lo
último que
supe de él fue que se había convertido en el vendedor estrella de
su nuevo empleador.
“El
Matador”, inquieto como siempre, quiso
averiguar
las causas de su fracaso como gerente. No tardó en darse cuenta de
que sus conocimientos,
habilidades y experiencia como vendedor le servían muy poco para su
cargo de gerente. En este cargo le hacían falta habilidades de las
que carecía, como saber leer el entorno y sus múltiples
y complejos factores (variabilidad del mercado, regulaciones
oficiales, comportamiento de la competencia). Le
faltaban destrezas para
evaluar las
mutuas influencias entre ese entorno y la organización,
ya de por sí compleja,
por la permanente
interacción entre sus partes.
También sentía que le
faltaba capacidad para diseñar estrategias que involucraran a todo
el equipo zonal. Eso era distinto de trazar metas y estrategias
individuales
para alcanzar sus metas personales. En
síntesis, “El
Matador” tenía, para
decirlo en conceptos de Robert Katz, “habilidades técnicas” que
le permitían ser un buen ejecutor, pero carecía de “habilidades
gerenciales” que lo hicieran un buen
gerente (y valga la redundancia).
Además,
ese deseo de “El
Matador”, de trazarse metas y desafíos personales, y lograr
superarlas con
su exclusivo
afán
le servía de poco ala
hora de generar
entusiasmo en un grupo cuyos miembros tenían motivaciones distintas
a las suyas y diferentes entre sí. Ya
él, como gerente,
no iba a vender, sino a crear las condiciones para que el equipo
vendiera. Por otro lado, su
habilidad
para resolver
algún conflicto entre el cliente y empresa,
no le era útil
para lidiar con los conflictos al interior de su equipo y, en
general, entre las distintas partes de la organización.
En términos
de David McLelland: la
“motivación
al logro” que le impulsó a ser un vendedor estelar, opacaba “la
motivación por el poder” que era necesaria para ejercer con
propiedad en cargo gerencial. Al parecer, “El Matador” no
disfrutaba con eso de analizar situaciones
complejas
para tomar decisiones que influyeran sobre
personas y situaciones.
Nuestro
protagonista se dio cuenta de que con su ascenso, “El Matador”
había salido corneado.
Con
mucha frecuencia se supone erróneamente
que, por ejemplo,
un buen jugador de fútbol,
por el simple hecho de serlo, puede ser un buen director técnico
(pero
se olvida que ya
su trabajo no va a ser atacar, defender y detener disparos, sino
diseñar estrategias para que sus jugadores puedan, coordinadamente,
atacar, defender o parar tiros...¡y ganar partidos!)...
O se considera que
el eximio
ejecutante de algún
instrumento puede pasar
automáticamente a ser un buen director
de orquesta (pero
no se toma en cuenta que ya
no va a ejecutar magistralmente su
piano o su violín,
sino que va a
coordinar la ejecución de todos los miembros de la orquesta para
producir melodías agradables
al oído)… O
se estima que
un excelso y respetado
médico debe
ser, porque sí, un
buen
director de hospital (pero
se obvia el hecho de
que ya él
no va a examinar
pacientes,
prescribir medicamentos
ni
realizar intervenciones
quirúrgicas, sino a
crear las condiciones para
que su
personal pueda, optimizando
los recursos disponibles,
devolver salud y salvar vidas)...
O se cree que
un extraordinario docente e
investigador
es la persona ideal para dirigir una universidad
(pero
no se cae en
cuenta de que
ya no va a dictar cátedra ni a realizar investigaciones, sino a
generar las condiciones para que otros
puedan desempeñar con eficiencia y efectividad su labor docente y de
investigación).
En
todos estos
casos, como en el
de “El Matador” y
como en mil más, se
necesita aprendizaje
para poder desarrollar sus habilidades gerenciales… Porque de lo
contrario, se corre el riesgo de perder un buen trabajador para ganar
un gerente mediocre.