EL HOMBRE ORQUESTA
(Y la Empresa Peter Pan)
Soc. Daniel Romero Pernalete, MSc
Juntaron
sus ahorros y su entusiasmo para crear una pequeña empresa de
servicios. José Sagaz y Juan Afanador querían ser sus propios
jefes. Sagaz tenía muchos contactos, grandes habilidades para la
negociación y una visión panorámica que le permitía ver el bosque
más allá de los árboles. Afanador, por otro lado, era un
trabajador incansable, de esos que le echan ganas a las ganas.
Parecía una buena combinación. Cacumen y empuje apuntando en una
misma dirección.
Los
primeros clientes no tardaron en aparecer. En esos tiempos, Sagaz se
encargaba con mucha eficiencia de buscar nuevos clientes, atender
quejas de los actuales, llevar la contabilidad, manejar las cuentas
bancarias, atender los rollos de Hacienda y del Seguro Social… ¡y
hasta de publicitar la empresa a través de las redes sociales!..
Afanador, mientras tanto, reclutaba, seleccionaba, contrataba y
adiestraba al personal de calle; controlaba las operaciones; adquiría
materiales y equipos; llevaba la nómina; realizaba los cobros y
pagaba sueldos.
En
la medida en que se fueron sumando clientes (gracias al buen servicio
que la empresa prestaba, hay que decirlo), el volumen de trabajo fue
creciendo hasta sobrepasar las capacidades de Sagaz y Afanador. De un
lado, la contabilidad y cuentas bancarias empezaron a desordenarse,
las multas por impago en Hacienda y el Seguro Social hicieron su
debut, los clientes antiguos comenzaron a sentirse desatendidos, las
deudas con los proveedores crecían con rapidez… Del lado de
Afanador, apareció el descontento de los empleados y la rotación
externa de personal, los errores de cálculo empezaros a invadir la
nómina, la selección apresurada de nuevos contratados hizo mella en
la calidad del servicio, los materiales no llegaban a tiempo. Y
cuando Afanador faltaba al trabajo (por motivos de fuerza mayor,
porque el tipo hacía honor a su apellido), la empresa quedaba
prácticamente paralizada.
Sagaz
fue cayendo en cuenta de que además de socio empresario, era
conquistador de clientes, contador, administrador, community
manager y encargado de atención al cliente. Afanador por su
parte, fue percibiendo gradualmente que además de ser jefe de
operaciones, era también reclutador-seleccionador-entrenador de
personal, auxiliar de nómina, encargado de cobranzas, jefe de
compras y muchacho de mandados.
Sagaz
y Afanador se podían comparar, cada uno, con un hombre orquesta, de
esos que se paran en cualquier esquina a tocar en solitario la
guitarra, la armónica, las maracas, los tambores y los platillos,
produciendo algo parecido a la música. Por supuesto, las
posibilidades de que el hombre orquesta rebase artística y
económicamente los límites de cualquier esquina son mínimas.
Una
tarde de viernes, los socios salieron a almorzar y se tropezaron, por
casualidad,… ¡con un hombre orquesta! Comentaron entre ellos las
ventajas que aquel hombre obtendría si pudiera dedicarse a tocar
solamente la guitarra (instrumento que ejecutaba con evidente
maestría) y contratar a otros ejecutantes, duchos en cada
instrumento, para que el producto final fuera una música de mejor
calidad. Quizás las recompensas que vendrían después serían algo
más que las pocas monedas que hoy le daban.
Parece
que Sagaz y Afanador veían la paja en el ojo ajeno y no la viga en
los propios. Porque cada uno, a su manera, era un hombre orquesta.
Así se los hizo ver un amigo común. ¿Por qué no ir gradualmente
contratando a un contador, un asistente, un supervisor, un mensajero
y hasta un community manager, para que Sagaz y Afanador se
dedicaran a lo que eran las principales actividades de la empresa:
diseñar estrategias para ampliar su presencia en el mercado y
dirigir las operaciones para brindar servicio de alta calidad,
respectivamente.
Pero
para cada miedo hay una excusa. “Los números no dan”,
argumentaban los socios... Obviamente, con los resultados actuales
iba a ser difícil dar el paso. Las ganancias, sí, se contraerían
de inmediato. ¡Pero faltaron los lentes para ver de lejos! Con ese
paso se abría la posibilidad de atender mejor y fidelizar a los
clientes actuales, y de conquistar nuevos clientes, abriendo amplios
horizontes de crecimiento.
La
prudencia (o el miedo) ganó este round. Sin esas eventuales y
graduales incorporaciones, los resultados se veían venir: las
demandas de atención iban pronto a superar la capacidad de
respuesta de Sagaz y Afanador. Algunos antiguos clientes empezaron a
quejarse y a emigrar. Los potenciales nuevos clientes empezaron a
mirar para otro lado. En el mejor de los casos, por cada cliente que
se ganaba se perdía uno antiguo... Así, se le estaba negando a la
empresa la posibilidad de crecer. Se la estaba condenando a ser una
empresa Peter Pan. Era como querer vestir a un niño de ocho años
con el mismo mameluco que usaba cuando era un bebé. No se podía
manejar una empresa en crecimiento con los criterios de cuando estaba
recién nacida.
El
hombre orquesta es el padre. La empresa Peter Pan es su hija. La
miopía organizacional frustra el crecimiento de la hija y del padre.
¿Antídoto para el emprendedor? Desarrollar la capacidad de ver más
allá de lo que le está pasando.