LAS MULAS DE ANTIOQUÍA

(O la importancia de los colaboradores)


Soc. Daniel Romero Pernalete, MSc















Conozco a la empleada y a su jefe. Y conozco la empresa. No voy a dar nombres, por supuesto: solamente voy a registrar hechos, a manera de ilustración. Hace algún tiempo, muy desanimada, mi amiga me comentó algo que sucedía con frecuencia en la dependencia donde trabajaba. Cada vez que el jefe tenía que presentar un informe a los “más jefes” que él, solicitaba datos, cuadros y presentaciones que ella y su equipo elaboraban con esmero. Cuando le iba bien en su exposición, el jefe aceptaba los elogios de los “más jefes” y alardeaba de sus habilidades como directivo, ¡pero ni una palabra de aliento para quienes habían preparado el informe! Los laureles eran suyos y no quería compartirlos con nadie. No obstante, cuando las cosas salían chuecas, no dudaba un ápice en pasarles la cuenta a sus empleados. La factura siempre la pagaban ellos. Los fallos eran de los subordinados, única y exclusivamente. El Dios infalible descargaba su ira contra el rebaño. El mismo rebaño que más de una vez le hizo ganar aplausos.

 Con el tiempo, muchos buenos empleados (mi amiga entre ellos) fueron desertando de la empresa. Talento y disposición se fueron marchando por oleadas, dejando una fisura en el casco del barco... Aunque el navío sigue a flote, todavía hace aguas.

 Olvidar el esfuerzo de los colaboradores en el éxito (grande o pequeño) de alguna organización es un error que se repite con mucha frecuencia. Un error que resulta costoso para el empleado (herida su autoestima), para el jefe (socavada su competencia) y para la empresa (golpeada su productividad).

Un cuento breve de uno de mis autores preferidos (Khalil Gibrán), sacó a flote los recuerdos de mi amiga y su circunstancia. “Las constructoras de puentes”, es el título. Lo resumo: en la antigua Antioquía se erigió un puente que conectaba las dos mitades de la ciudad, que estaban separadas por un río. Al finalizar el puente, en uno de sus pilares fue colocada la siguiente leyenda: “Este puente fue erigido por el rey Antioco II”. Cierta tarde, un joven que era tenido por chiflado tapó con carbón las letras y escribió encima: “Las piedras de este puente fueron acarreadas desde los montes por las mulas. Al cruzar por él, estás cruzando sobre los lomos de las mulas de Antioquía, constructoras del puente”. Una poética forma de corregir una injusticia.

La idea de reconocer el trabajo anónimo que hay detrás de los grandes logros, brilla de vez en cuando en las palabras de algún exitoso protagonista. Juan Manuel Fangio, quizás el mejor piloto que haya conocido el automovilismo mundial, en palabras que lo honran, comenta de propia voz en un documental de Netflix sobre su vida ("Fangio, el hombre que domaba las máquinas"): “Por eso aprecié la labor de los mecánicos, que son los héroes, en realidad, de las carreras… Siempre se nombra al piloto, nunca se nombra al mecánico, pero sin ellos no se puede ganar una carrera”. Ellos, en su concepto, se encargaban de los pequeños detalles: esos detalles que hacían ganar o perder carreras.

Más recientemente, la destacada directora de orquesta Alondra de la Parra ratificó tajantemente el papel del equipo en los logros de los directores en diferentes ámbitos. En Expomanagement 2011 lanzó esta lapidaria afirmación: “Los directores de orquesta, los de fútbol y los de empresa, no sirven sin su equipo”.

 Así que, en nuestro papel como gerentes, no nos olvidemos de las mulas que acarrean las piedras, ni de los mecánicos que cuidan los detalles, ni de los miembros del colectivo que sostiene la fama de un director de orquesta o del director técnico de un equipo de fútbol.

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