EL CRISTAL CON QUE SE MIRA
(O EL JUEGO DE LAS PERCEPCIONES)
Soc.
Daniel Romero Pernalete, MSc
No
sé qué será de su vida. Lo conocí en una visita académica a la
empresa que él gerenciaba. Con el tiempo se convirtió en amigo. Uno
de mi segundo círculo de amistad. De esos que uno aprecia y respeta
pero no frecuenta… Una vez me invitó a un café conversado, para
comentarme que había tomado la decisión de hacer una
reestructuración de la empresa, pero que el asunto se le estaba
enredando. Explicaba que cuando hizo el anuncio en una reunión con
la gerencia media, notó inmediatamente dos reacciones opuestas:
algunos recibieron con agrado la noticia; otros la tomaron con ácida
suspicacia. Los primeros vieron en la reestructuración una
oportunidad para avanzar personalmente y transmitieron esa idea a
sus grupos de trabajo. Los segundos vieron la propuesta como una
amenaza y contagiaron sus miedos a su gente. Los primeros, después
del anuncio, acentuaron sus esfuerzos, aderezándolos con una buena
porción de optimismo. Los otros empezaron a trabajar con un desgano
grisáceo. El amigo me propuso que averiguara las razones de tan
contradictorias reacciones ante un anuncio que él consideraba normal
y neutro. Un anuncio, aclaraba, a través del cual no se ponía en
tela de juicio el trabajo de nadie y a nadie se amenazaba. Era un
proceso que se adelantaría con la sana intención de mejorar el
funcionamiento de la organización.
Decidimos
que era un buen ejercicio para algunos de mis estudiantes. Y así se
hizo. Los muchachos empezaron por identificar los elementos extremos
de ambas posiciones. Seis de cada lado. Los entrevistaron luego uno
por uno. Los seis del bando de los optimistas tenían un rasgo en
común: habían pasado antes por procesos de reestructuración en los
que habían salido gananciosos (promociones internas y mejores
retribuciones, principalmente), aparte de que manifestaban su afición
a los retos y a los nuevos aprendizajes. Del otro lado encontraron un
panorama diferente. Todos había salido muy aporreados de anteriores
reestructuraciones: habían sido reubicados deshaciendo los lazos con
antiguos compañeros, o habían sido bajados de jerarquía, o
simplemente los habían echado de la empresa. De rebote habían
caído en esta organización, y hoy, mirando hacia adelante, veían
la sombra de un nuevo rebote. Le habían tomado miedo al cambio y
preferían la rutina de lo establecido
Era
evidente, entonces, que la gente no estaba actuando (nunca lo hace)
en función de una realidad objetiva, sino de la percepción que de
ella tenían. Las experiencias anteriores, sobre todo, y sus
particulares motivaciones, eran los anteojos a través de los cuales
miraban la realidad. Y en función de esa percepción actuaban. Por
eso, un estímulo único (en anuncio de reestructuración), fue
percibido de manera diferente (una oportunidad o una amenaza) y el
gerente obtuvo dos respuestas radicalmente diferentes. Le hicimos
llegar al gerente nuestras observaciones.
Unas
semanas después, el amigo invitó al grupo una conversa cafeteada
(esa fue la única retribución que aceptamos). Nos comentó que
había hecho una serie de reuniones por departamento, exponiendo el
proyecto, oyendo a su gente, aclarando dudas, afinando estrategias.
Nos decía, así mismo, que la resistencia del grupo de los
aporreados, sin haber desaparecido en su totalidad, había ido
disminuyendo significativamente.
El
episodio flotó entre mis recuerdos no hace mucho tiempo, cuando
entré a un pequeño restaurante típico con la excusa de distraer mi
hambre con un antojito mientras llegaba a casa. La única pantalla
del local estaba transmitiendo un programa de variedades. De pronto
comenzaron a difundir un mensaje del presidente electo de la
República. Un rebulicio se formó en el comedero. Algunos comensales
empezaron a chiflar, a hacer gestos despectivos y a pedir que
apagaran la tele o por lo menos que cambiaran de canal. Otros
aplaudían, daban vivas y pedían silencio para poder escuchar el
mensaje. Era el mismo mecanismo: un estímulo (la figura y la palabra
del funcionario electo), dos percepciones diferentes (un futuro
destructor o unl futuro salvador del país) y dos reacciones
encontradas. Ya lo decía don Ramón de Campoamor: todo es según el
color del cristal con que se mira.
Como
yo era el único comensal que no aplaudía ni chiflaba, desde ambos
bandos empezaron a mirarme con recelo, como pidiendo definiciones que
como extranjero no podía asumir. Un buen huésped no se entromete en
las disputas de los anfitriones. Opté, entonces, por pagar la cuenta
y terminar de comerme en la calle mi taquito al pastor.